Jun 30, 2020 Bienestar
Nadie está libre de defectos, ni camina por el mundo con la perfección absoluta envolviendo su persona. De hecho, ser capaces de ver nuestros propios defectos y aceptarlos nos ayudará no solo a respetar los de los demás sino, además, a evitar que los puedan usar en nuestra contra.
No es necesario hablar de grandes defectos. Muchos de nosotros nos pasamos media vida intentando ocultar con ropa ancha o maquillaje alguna que otra «imperfección». Son detalles que nosotros mismos calificamos como «molestos». No obstante, son capaces de hundir nuestra autoestima cuando, en realidad, no son más que aspectos que no pueden definir nuestra totalidad como persona. Por eso, deberíamos aceptarlos cuanto antes.
En efecto, los auténticos defectos del ser humano no son unos kilos de más, ni una nariz desviada, por ejemplo. Los auténticos defectos son la incomprensión, la falta de respeto, la crítica, el egoísmo o la agresión. Eso es ante lo que todos deberíamos luchar.
Te invitamos a reflexionar sobre ello.
Tus defectos, mis defectos: nuestras virtudes
A menudo suele decirse aquello de que somos una sociedad de eruditos racionales, pero de analfabetos emocionales. Puede sonar algo dramático, no hay duda. Sin embargo, algo que percibimos en nuestro día a día es que escasean aspectos como la empatía, la reciprocidad o el reconocimiento del otro como alguien que también tiene necesidades y miedos.
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En las escuelas no se ha introducido aún con la adecuada efectividad la materia de la inteligencia emocional. En lugar de ver este enfoque como un aspecto multidimensional capaz de vertebrar todas las asignaturas, sigue enseñándose de manera aislada.
Todo ello hace que sigamos dando al mundo niños inseguros con baja autoestima, adolescentes que ven defectos en su persona hasta el punto de convertirlos en auténticos agujeros negros que los demás intuyen y usan en su contra.
Es algo complejo y delicado que debemos saber afrontar.
La anatomía de la autoestima
Cuando tengo baja autoestima, espero que los demás, con sus palabras y acciones, me ofrezcan lo que me falta: confianza y seguridad. Espero que me digan que no soy tan «feo» como yo pienso. Espero que me digan que «soy mejor persona» de lo que yo creo.
- Hemos de entender que los demás no nos dan ni nos quitan nada. El resto del mundo no está para llenar nuestras carencias ni para dar seguridad a nuestros temores.
- No debemos proyectar necesidades propias en los demás. Por el contrario, hemos de ser capaces de construir nuestras propias seguridades, de racionalizar lo que nosotros mismos etiquetamos como defectos.
- Si yo califico mi rostro con pecas como defecto o mi nariz algo desviada como algo horrible, los demás se darán cuenta de ello y podrán usarlo en mi contra.
- Ahora bien, es necesario darnos cuenta de que el auténtico «defecto» en estos casos es esa baja autoestima capaz de decirme que, por esos simples detalles, debo moverme por el mundo con timidez y mirada baja.
El resto de personas no atacarán esos supuestos detalles físicos, atacarán nuestra vulnerabilidad personal. Por ello, es vital que fortalezcamos nuestra autoestima, para hacer de los defectos «virtudes».
Defectos: virtudes que nos hacen especiales
Volvemos a incidir en lo señalado al principio: el auténtico defecto está en ese corazón capaz de agredir, humillar o hacer daño a los demás.
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- El aspecto físico, la forma de pensar, sentir o vivir de uno mismo jamás será reprochable mientras exista respeto.
- El problema se halla en que pasamos gran parte de nuestra existencia más preocupados del exterior que del interior.
- Validamos nuestro aspecto físico basados en las modas, en lo que los demás valoran como «hermoso». Por eso, si no entramos en ese molde, nos autoexcluimos. Sin embargo, no es lo adecuado.
- Solo cuando nos aceptemos a nosotros mismos nos daremos cuenta de lo valiosos que somos.
- Las personas que son capaces de ver ese detalle especial diferente al resto como una virtud son las que viven más felices. En efecto, se consideran auténticas.
Ser demasiado alto, demasiado bajo, tener un lunar en la mejilla, nacer con un cabello rizado y horriblemente rebelde, o tener un pecho pequeño o muy grande… ¿Qué importancia tiene?
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La belleza de las personas está en su variedad, en su originalidad. El aspirar a ser todos iguales es quitar alas a nuestra esencia y a nuestra belleza. Por tanto, no merece la pena.
No hay personas con defectos, sino mentes con vacíos. Enfoca tu vida de otro modo. Empieza a atender más tu autoestima, tu forma de ser, tu belleza única y particular.
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