Según un estudio, una proteína del corazón ayudaría a dia

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Jul 01, 2020   Lifestyle

La enfermedad del Parkinson suele aparecer entre los 55 y los 60 años de edad. Es ese instante cuando los temblores, la rigidez motora, los problemas de sueño o el cambio de humor suelen ser ya muy característicos.

Lo más complejo de esta dolencia es que, cuando el paciente recibe el diagnóstico, la afección degenerativa va a ser constante y progresiva. De haberse detectado en fases más tempranas, cabría la posibilidad de tomar otras medidas con la cuales frenar su avance o el impacto de su incidencia.

Sin embargo, la mayoría de las personas que acuden al médico en busca de un diagnóstico están ya en una etapa en la que lo único que se puede aspirar es la prolongación de la funcionalidad de la persona. ¿Cómo? A través de medicamentos orientados a elevar el aporte de dopaminas en el cerebro.

No es fácil, para nadie. En especial, para esas personas que con menos de 50 años deben hacer frente a un cambio drástico en su calidad de vida.

Hace solo unos días se publicó en diversos medios especializados una noticia esperanzadora: se ha descubierto una proteína que es clave en el desarrollo de la enfermedad del Parkinson. 

Algo así podría abrirnos las puertas a una nueva posibilidad: la de reducir su incidencia –no «curar la enfermedad»– y poder mejorar así la calidad de vida de estos enfermos sin que el deterioro llegue a generar una incapacidad progresiva e irremediable.

El descubrimiento de una proteína clave en el párkinson

La neuróloga española Mar Carmona es la responsable de este hallazgo y, por su descubrimiento, ha recibido en Berlín el premio al Joven Investigador del año 2016.

El reconocimiento, sin duda, es meritorio puesto que, a través de este estudio, la medicina dispone ahora de un marcador temprano que nos puede avisar de la enfermedad de Parkinson.

Se trata de una proteína que se encuentra, curiosamente, en el corazón.

Parkinson

La clave está en el corazón

El Departamento de Neurología de la Clínica de la Universidad de Navarra (España) evidenció que:

  • La proteína que se localiza en el corazón, y que podría server para diagnosticar la enfermedad, en fases tempranas, es la «alfa–sinucleína».
  • El 90% de las personas con párkinson tienen depósitos de este tipo de proteína en el músculo cardíaco, la cual favorece una pérdida de fibras nerviosas simpáticas en el propio corazón. Hay menos conectividad.
  • También, se evidenció que, después de que esta proteína ocasionara dichos cambios en la conectividad del corazón, se iniciaba el desarrollo de la enfermedad de Parkinson.
  • Se descubrió además que, cuando esta pérdida de fibras era solo del 10% aún no se apreciaba ninguna incidencia del párkinson, a nivel cerebral.

Es decir, sería imposible diagnosticar la propia enfermedad. Sin embargo, los médicos ya sabrían que esa persona terminaría desarrollando dicha enfermedad por los cambios vistos en el corazón.

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Formas en que avanza la enfermedad

Tal y como hemos señalado al inicio, lo más común es que las personas acudan al médico cuando ya presentan temblores o cuando pasan épocas donde la apatía, el insomnio o el mal humor afectan de forma notable a su calidad de vida.

Estos son síntomas ya avanzados de la propia enfermedad. Sin embargo, existen otros síntomas más «sutiles» que deberíamos tener en cuenta, ya que son pequeñas pistas de que nuestro sistema nervioso central puede tener algún problema:

  • La pérdida gradual del olfato.
  • El estreñimiento crónico.
  • Tener sueños o pesadillas muy vívidas.
  • Sufrir disautonomía, un problema de salud muy poco conocido que recoge varios síntomas y características como la tensión baja, las taquicardias, los mareos al estar mucho tiempo de pie.
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Desde la aparición de estos problemas hasta que la enfermedad se manifieste con los característicos temblores, pueden pasar 10 años.

Tal y como nos indica la propia neuróloga, a día de hoy, no tenemos fármacos que frenen la enfermedad. Sin embargo, el hecho de contar con un diagnóstico temprano podría abrir la posibilidad de desarrollar un nuevo tratamiento orientado a frenar su avance o su incidencia.

Nuevas esperanzas

La medicina y las industrias farmacéuticas trabajan en ello. Bastaría, por ejemplo, con tratar al paciente en esas fases antes señaladas, en esa fase en que se pierde el sentido del olfato y se sufre la molesta disautonomía.

De momento, es imposible dar con el fármaco que evite al 100% su desarrollo, pero al haber aislado e identificado esta proteína, podríamos tratar a esas personas que con 40 o 50 años tienen el marcador de la enfermedad pero no la han desarrollado.